¿En bien de la Medicina ? - 1
Ahí estaba, frente a mí, el cadáver de Flor P. P., muerta en la plenitud de sus mejores años. Sobre la plancha del Servicio Médico Forense en la Ciudad de México, estaba su cuerpo exánime que yo debía identificar para fines legales: era o no el cadáver de la persona señalada, que yo había conocido en vida. Sí, sí era, excepto por la carencia de los globos oculares, sus enormes y bellos ojos, como consta en las fotografías que se le tomaban en vida, no estaban más. ¡Qué horror! En su lugar dos huecos oscuros, dos cuencos vacíos… sí, sí era ella, pese a mis dudas interiores –cuánto de nosotros mismos debemos a la expresión y la mirada en nuestros ojos…
¡Cómo había sufrido Flor en sus últimos años!. Brillante egresada de medicina bajo el plan A-36 de la UNAM, la ex alumna perfecta laboraba en un hospital psiquiátrico del sur de la ciudad, que, sin existir otro especializado para niños, sólo había logrado crear un pabellón para menores de edad en el de adultos. No resistió Flor el ver a tanto niño –caso mental- abandonado ahí por sus familiares. Nadie preguntaba por ellos. Sólo Flor preguntaba de cuando en cuando al residente por el avance y progresos de cada uno de los niños, una caricia aquí, una broma allá, y muchas lágrimas por acá… Tampoco resistió Flor conocer de las apuestas de los médicos (¿ciencia objetiva y fría?) sobre los adultos de nuevo ingreso que, sedados, medicados y bajo diagnósticos de diferentes cuadros mentales eran asignados a los diferentes pisos de la torre-hospital (¿Un hospital de muchos pisos?, ¡la antítesis de un hospital psiquiátrico!) ¿Apuestas de los médicos? Sí, sobre cuánto tiempo pasaría antes de que los nuevos pacientes asignados a los diferentes pisos se lanzaran al vacío por las ventanas. Tampoco resistió Flor el conocer de las tropelías contra los pacientes que tenían lugar en ese hospital olvidado de la mano de Dios en las noches de celebración y alcohol, como navidad, año nuevo, etc.
Flor empezó a beber. Tuvo un romance, fue abandonada con un embarazo a cuestas. Abortó. Ella misma cayó en el pozo negro de la depresión y un 24 de diciembre por la tarde, hace pocos años, la brillante doctora tomó la decisión para “la salida fácil” –que es en realidad la difícil-. El cuerpo exánime de Flor fue encontrado recostado sobre una mesa ante un crucifijo y un letrero manuscrito producto de su redacción que sólo decía “todo es una farsa”.
Carente de un padre real, yo había actuado como figura paterna de reemplazo para Flor en muchas ocasiones para ayudarla, orientarla, aconsejarla. El 24 de diciembre de referencia, no pude rescatarla a tiempo, no pude ayudarla a salir de su depresión, una tercera persona interfirió su llamada telefónica al suscrito solicitando ayuda y ser escuchada. Su llamada nunca llegó al destinatario…
Dejemos las emociones aparte. Se supone que la ciencia es meramente objetiva y racional. Se supone que la ciencia es fría e indiferente emocionalmente y no hay lugar para la pasión y el sentimiento. Nada más falso, como vemos en distintos casos. No puedo apartar de mis recuerdos el bello rostro de Flor con los cuencos de sus enormes ojos vacíos. ¿Quién le quitó sus ojos? ¿Porqué? ¿Para qué? Preguntas, indagaciones… yo no sé, yo no fui, yo no vi, yo no vine ese día, no me consta… Por años se habló (lo ignoro hoy en día) de la desaparición de ojos de los cadáveres “frescos” y el tráfico de córneas en el SEMEFO y algunas instituciones hospitalarias de la ciudad.
¿Habrá más respeto por los difuntos en este principio del nuevo siglo?
¿En el mundo actual de capitalismo salvaje, libre mercado y “sálvese quien pueda” económico, hasta dónde llegará el tráfico de cadáveres y sus órganos?
In Memoriam